Hechicería

La hechicería es una práctica que ha sido subestimada, bastardeada y ridiculizada a lo largo de los siglos. Ha sido perseguida en la antigüedad, y aunque muchos piensan que hoy es solo un recuerdo o un mito, la realidad es que sigue viva, mirándosela aún con suspicacia. Especialmente por aquellos que practican una «magia culta» o ceremonial, o los que siguen una supuesta vía iniciática, como si se tratara de algo superior.

La hechicería es pura práctica. Es antigua y moderna a la vez. Es sucia, porque requiere acción, involucrarse, ensuciarse las manos. No es un juego intelectual ni un ejercicio académico. Es folclórica en muchos casos, un saber popular que se ha transmitido de boca en boca, aunque hoy en día también se encuentra por escrito. No hay grandes rituales ni llamados pomposos en la hechicería. Los hechizos se realizan con lo que tenemos a mano, con elementos cotidianos. Un hechizo es más parecido a preparar un plato de comida que a una ceremonia elaborada con túnicas, espadas e invocaciones en lenguajes arcaicos.

Por su carácter práctico, la hechicería no tiene problemas en tomar lo que le resulta útil, venga de donde venga. Puede incorporar elementos de grimorios antiguos o del santoral cristiano folclórico. Usar un salmo o llamar a los muertos para potenciar un hechizo no es contradictorio en esta tradición. Es amoral en su esencia: hay hechizos para todo, desde ganar la lotería, atraer la fortuna, encontrar objetos perdidos, hasta hacer que alguien se enamore de nosotros, sembrar discordia en una relación o maldecir a un enemigo. Para cada necesidad o deseo, hay un hechizo que se puede hacer. Algunos son simples, otros más complejos, pero casi siempre implican el uso de lo que tenemos al alcance.

La hechicería es la magia del pueblo. Históricamente, quienes la practicaban eran personas humildes, que vivían en condiciones de pobreza o con muchas necesidades. Por eso se usan elementos comunes, accesibles. No podían darse el lujo de utilizar metales o piedras preciosas. Muchos ni siquiera sabían leer o escribir, y no tenían acceso a grandes bibliotecas sobre temas ocultos. Además, las prácticas ocultas, cualquiera que fueran, estaban prohibidas, y las penas por ser descubierto o denunciado eran severas.

En contraste, la «magia culta» era el territorio de los ricos, de quienes podían acceder a grimorios y permitirse un cuarto dedicado exclusivamente a prácticas mágicas. Sabían leer latín o griego, y gracias a su estatus, no enfrentaban consecuencias por sus actos. Esta forma de magia se hacía siempre en nombre de un poder superior: Dios, Yahveh, los Ángeles, etc. Lo irónico es que se recurría, y aún se recurre, a estas fuerzas para dominar a los «demonios», para interrogarlos, aprisionarlos y amenazarlos hasta que concedieran lo que el mago quería. Y lo que querían, a menudo, tenía que ver con obtener ventajas materiales, como encontrar tesoros o riquezas.

No fue hasta finales del 1800 que todo esto comenzó a mezclarse. La magia culta o ceremonial empezó a incorporar elementos del gnosticismo, dando origen a la idea de la magia iniciática. Aunque, en realidad, ya existían ideas similares entre los griegos, como la práctica de la Teúrgia. La magia iniciática tiene como objetivo alcanzar un estado de evolución espiritual tan elevado y ambicioso que busca transformar al ser humano en algo más. Las propuestas son muchas: algunos no quieren volver a este plano de existencia a través de la reencarnación, algo similar a lo que plantea el Budismo; otros aspiran a convertirse en dioses; algunos quieren fundirse con el vacío primordial; otros buscan acceder a dimensiones trans-plutónicas, alcanzar la inmortalidad, experimentar con crio génesis, o incluso convertirse en vampiros astrales que se alimenten de la energía vital de los vivos después de la muerte. Y así podríamos seguir con un sinfín de ideas más.

Muchos de los que siguen estas vías neo-gnósticas sostienen que usar el poder en un hechizo es una tontería, una pérdida de tiempo y energía, y que no sirve para la «verdadera obra». Según ellos, no debemos dejarnos llevar por los placeres terrenales, y usar la magia para obtener lo que uno desea es infantil y pueril.

Pero, siendo sinceros, cada uno elige el camino que quiere tomar. Sin embargo, cuando nos obsesionamos con la búsqueda de algo que puede que nunca llegue, o que podría ser solo una fantasía, es importante preguntarse si no vale la pena mirar al lado más práctico de la magia. Creo que es posible ser espirituales y, al mismo tiempo, disfrutar de lo material. Tener más dinero, un buen trabajo, el amor de una persona, o los placeres de la carne no está mal. La clave está en el equilibrio entre lo espiritual y lo material. Al menos, así lo vivo yo, y puedo decir que hasta ahora me viene dando buenos resultados.

Saludos y gracias por tomarte el tiempo de leer.

Daemon Barzai

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